domingo, 15 de marzo de 2015

¿Ir o dejarse llevar?

Cuando vives sin hacerte preguntas, tu vida la conducen las respuestas ajenas. Renuncias a tu propio aire, despliegas tus velas a brisas, ventoleras y huracanes de otros y pierdes tu propio rumbo. Y al final descubres que vas hacia donde ellos te quieren llevar.

Hacerse preguntas sin temer y sin temor es el despegue de la libertad y el gran vuelo del intelecto. ¿Por qué precisamente esa mujer? ¿Por qué llevar este estilo concreto de vida sabiendo que hay otros? ¿Por qué estas rutinas? ¿Por qué tan poco amigo realmente amigo? ¿Por qué esta bandera? ¿Por qué este Dios? ¿Por qué aquel adiós? ¿Por qué esta lucha? ¿Por qué tanta ansiedad? ¿Por qué tanta necesidad? ¿Por qué ir detrás? ¿Por qué reprimirse? (se me ocurren muchas más, mejor no preguntar)

Alguna que otra vez, cuando llega la noche y las urgencias oscurecen, no hay nada más enriquecedor que ser espeleólogo de uno mismo: desconectarse para iluminar esa maravillosa y sorprendente caja negra que es nuestro cerebro. Usando la razón, claro está.

Allí estás, tú esperándote a ti. Frente a frente ante un espejo excepcional, el único capaz de reflejar tu propia imagen en todas sus dimensiones y relieves. En él, realmente ves de que color tienes los ojos o si estás fingiendo…

Sólo eres realmente libre cuando has encontrado las respuestas a tus grandes porqués y puedes vivir de forma consecuente con ellos. Porque la libertad es la luz que permite sentirte y ser tú mismo mientras respetas a los demás.

Sabes, prefiero no respetar a los demás, vivir en luz tenue y no preguntar demasiado, por lo que pueda pasar. Lo que pase, pasará. Paso de muchas cosas, aunque, paradójicamente, sigo “ahí”.