lunes, 21 de enero de 2013

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Alguna vez os habéis sentido tan felices, tan tan felices, que habéis pensado que jamas os sentiríais tan felices? 


Vuestra vida a llegado a una perfección tal que quizás no vale la pena, buscar mas? 

Yo si que encontré esa felicidad, fue junto a Cristina, durante aquel amanecer que giraba y olía a detergente. 

Alguna vez os habéis sentido tan tan felices? que no vale la pena vivir mas?



martes, 15 de enero de 2013

DECÁLOGO DE LA ELECTRICIDAD ESTÁTICA DEL CORAZÓN




<< En el cuarto piso se ofrecían bebidas, era algo hipnótico, gente tripolar que te ofrecía cerveza por la calle, entre tanta cerveza y colegueo, llegó el escote, llegó la somnolencia y sus derivados hipnóticos que nos llevaron a la profunda cabezada...
Nuestros pies rozaban el mar rojo apiadándose del ímpetu de Egipto, en él, un faraón ciego. Su majestad nació ya sin tal facultad, siendo privado de pequeños placeres como ver ponerse el sol por encima del Nilo, leer los textos que sus escribas se esmeraban en elaborar o contemplar la preciosa pirámide que su pueblo preparaba para él, la ceguera de un emperador manipulaba el dominio de una arena en permanente cambio. Pese a seguir siendo un faraón, sus plebeyos aprobaban su mandato, pues era un dirigente justo y leal a su gente, dirigente de manos, dirigente de encuentros, dirigente de piedades bondadosas, la infinitud del gozo respaldado en un faraón sin ojos. Fue él quien decidió que sólo algunos hombres voluntarios participaran en la edificación de su tumba, fue él quien revolucionó lo centenario dándole así una forma elíptica y perfecta. El arquitecto real se esforzaba en seguir paso a paso las peticiones del faraón, las directrices de un proyecto sin imagen, aunque a veces resultaran un tanto pomposas, pues su majestad carecía de la sensibilidad de haber visto antes alguna otra pirámide erguida por sus antepasados, aquel faraón privado de imagen debía construir más allá de sus sueños un pétreo edificio, que magullara la percepción de caridad de toda la historia.

La gratitud de lo invidente, lo efímero de lo perecible, la antitesis del placebo, todo aquello lo percibía, lo mandaba, lo sentía.

Las obras ya estaban muy avanzadas, la construcción avanzaba sin tregua. Miles de pedruscos llegaban cada mañana de las canteras del nacimiento del Nilo en barco, huecos de piedra que encajaban en la superficie de su alma, huecos de alguien con el don y el espíritu suficiente para apresar lo imposible, para seguir en la creencia empírica de la imaginación y de crear el mar donde sólo había oscuridad. Los operarios se encargaban de pulirlas, tallar su forma y colocarlas con cariño en su puesto. Hombres vigorosos cargaban con ellas y delicados artesanos tallaban motivos florales en sus caras exteriores e interiores. La pirámide empezaba a tomar forma, lejos de parecerse a ninguna edificación de la época.

Noches antes de su finalización, el faraón empezó a reunirse a solas con el arquitecto real. Pasaban horas y horas hablando encima de planos, horas de dudas y cornucopias, comentando maquetas. Su majestad palpaba las maquetas del constructor y añadía elementos con arcilla o arrancaba alguna de sus partes conceptuales, a la luz de una lámpara de aceite, tales reuniones podía postergarse hasta el amanecer, con el arquitecto desesperado y el faraón hablando tranquilamente sobre sus peticiones, las ideas fluían por el Nilo mientras un aluvión de encuentros, proferían la identidad de tan majestuoso edificio, debate intenso se filtraba en las paredes, aún así, el artesano entendía lo que su cliente le explicaba al detalle.

Al terminar su vigésima reunión con el proyectista, el soberano, cansado por el desgaste de la planificación, decidió descansar en sus jardines reales, escuchando el sonido de las ranas mientras se apareaban. Derecho, con los brazos cruzados detrás de la espalda, examinaba el aire que procedía del exterior, se empapaba con los placeres hormonales del ambiente, jugaba a rozarlos, acariciarlos y poseerlos, de pronto, un soplo de una fragancia desconocida se coló en sus sentidos. Era un perfume nuevo para él, a pesar de ser un gran conocedor de las más exquisitas fragancias. Reconocía el ardor del azahar, la nobleza de la madera de ébano y la calidez de un cuerpo. Por primera vez en su ciega vida supo lo que era conocer una visión, pero no pensaba quedarse ahí.

Con su agilidad mermada por la discapacidad y su avanzada edad, bajó los peldaños que separaban sus jardines del resto de mortales, siguiendo el perfume, la serpiente de placer acometía en su espalda, filtrándose por cada uno de los poros. Parecía llevarle a sus propios telares, allí, centenares de mujeres y niños tejían alfombras y tirantes. El faraón no podía apreciar la belleza de las formas de las telas y nunca antes había entrado en el taller de las costureras, no podía apreciar el devenir cromático, la parsimonia etílica de la textura, la espesura de las mujeres, no perdió su fragancia y se adentró entre las mujeres, apartando jarras peligrosamente llenas de aceite perfumado y montones de lana sin hilar. En el fondo del pequeño telar, encontró su recompensa, una joven, con mucha maña, tejía una pequeña manta. Él percibía sus movimientos, como si alguien recorriera su piel explicándole como movía ella sus manos. A cada zarpazo de su telar una andanada perfumada le hacía estremecerse de placer. Eran sus manos, no… sus brazos, dudaba… su cuerpo, puede que sus movimientos o el vaivén de su pelo. Fuere como fuere, salió del taller trastornado.

A la mañana siguiente ordenó que se presentara en sus aposentos su arquitecto. Le citó para sus próximas veinte noches. El artesano, horrorizado, pidió una renta de quince noches, su majestad redujo hasta las dieciocho.

El éxtasis de la belleza en la virtud de un ciego se transforma en una visión de lo imposible echa realidad, en un nuevo paradigma.

Las siguientes semanas desgastaron mucho al faraón, pues se reunía hasta altas horas de la madrugada con el arquitecto y se pasaba casi toda la mañana revisando los avances en su telar, ante el asombro de los mandamases del taller. En sus reuniones con el proyectista afilaba su tumba, desdibujando antiguos planos del artesano, sugiriendo de nuevos y disparatados ideales para una pirámide.

A la decimoctava noche, el faraón pereció. El soberano, según el informe médico, acusó sus pocas horas de sueño y un desgaste físico desmesurado para su edad, sus compañeros más fieles entristecieron. Los habitantes de su voluptuosa polis lloraron la nueva y el país entero rompió a llover, sin olvidar que su proyecto post-mortem aún seguía en pie y estaba apunto para ser inaugurado y puesto en escena para el cuerpo del faraón.
En la que fuere la decimonovena noche un pueblo viudo acudió enfrente de la meticulosa pirámide, sin grandes ofrendas ni ningún aparatoso ritual, el cuerpo del soberano fue guardado en las entrañas de su capricho piramidal. Cuarenta hombres llevaron sus restos hasta la sala central, luego volvieron al exterior por dónde vinieron, sellada la pirámide, su gente empezó a desfilar hacia sus hogares, plomo en sus manos, dorados arsenales en sus tobillos, todos excepto el ciudadano menos acorde con las obras, el mismo arquitecto. Sólo él proyectó la extraña pirámide. Evitó la excentricidad de una pirámide cuadrada, primera propuesta descartada del faraón, pero no pudo lograr convencer a su majestad de adornar el recubrimiento de la pirámide con tela, cada una de los enormes bloques de piedra con un manto, cada uno diferente, elaborados uno a uno por sus telares. La combinación, cromáticamente caótica, dañaba la vista, pues su majestad no acertó en la combinación de colores adecuada, más cada una de las mujeres y cada uno de los infantes que acudirían día tras día enfrente de la pirámide podría sentirse realizados, contemplando su extraño manto real, una pirámide tapizada con miles de bloques de colores, con miles de telas perfumadas, con miles de procedencias diferentes.

No todo quedó zanjado, quedó aún algún pequeño resquicio ambulante de la situación. La muerte del Faraón no fue en vano. Él redactó una carta hablando de un destino, su estimado destino:

Soy consciente de mi situación al escribiros tal misiva, he blasfemado acerca de vuestras libertades, acerca del desarrollo de nuestras vidas y aún sigo creyendo en el libre albedrío e infravalorando las normas predictaminadas en algún estilo prosaico arcaizado. No pretendo pedir perdón, soy fiel a mis creencias y seguiré siendo libre aunque caiga en vuestras redes innumerables veces, pero debo preguntaros algo.

Algunas veces nuestras desdichas hacen que apartemos nuestra incómoda libertad y nos escudemos detrás de unas imposiciones vitales, unos gestos o acciones que no somos capaces de desobedecer, viéndonos forzados a cometer faltas en nuestros principios. No se trata de un caso personal, aún no he sentido la necesidad de protegerme ante vuestras futuribles líneas, pero si de vuestros descabellados caprichos. Arrancáis aquello que más valoramos dentro de nuestros pecados voluntarios, actuáis con una libertad en la que nunca habéis creído, cumpliendo vuestras pesadillas acerca de la libre actuación individual. Terminareis desencajando vuestro poder si concedéis ojos a aquellos cegados que se quemaron mirando al sol de aquel eclipse que desearon verlo consecuentemente.

Cierro lo que vos ya habéis abierto, vuestra caja de Pandora particular. Ya no podéis frenar, rompisteis el salvavidas, aquel que vos tan poco necesitabais, aquel que regalasteis a vuestro hermanastro gemelo, a vuestro mellizo opuesto, la libertad. Sentid como se corrompe, como el libre albedrío se contamina con vuestros errores o vuestros caprichos. Habéis deseado la muerte de vuestro enemigo olvidando que sin batallas no hay vencedores. A veces, la vida, se pone de un color morado, con toques granates, y da gusto verla, a veces se torna blanca como el armiño…

Bajo la ducha. Mirando al cielo. Tirando a canasta. Comiendo el último trozo de pizza. Saboreando un helado. Al respirar la noche. Cuando aprietas el puño. Cantando un villancico. El sabor de las fresas. La ternura de un abrazo. El ruido de la Diagonal. Un lápiz que cruje. Tomando una cerveza, fría. El chapoteo del agua. El roce de miradas. El porte. Las partes.

Vivir es aprender, y sigo más vivo que nunca. Me sorprende la sencillez con la que las cosas deberían fluir, y digo deberían porque con frecuencia no es así. Nadie se sorprende cuando la impresora se atasca el día de la presentación, o nos dejamos el compás antes del examen de dibujo. La gente se extraña cuando aquel semáforo eterno se pone verde justo al llegar, o si nos levantamos un sábado pensando que es lunes o si dios aún sigue ahí.

La felicidad asusta, pero no aterra. ¿Quien no la quiere? Ser feliz. No debería de ser un objetivo, sino una costumbre. Me aterra pensar en no ser feliz.

Aquella reflexión del alma me estremeció, desperté del sueño con una flor de loto de madera entre mis piernas, me apresuré a ponerla junto a las otras flores y descendimos al tercer piso. >>

domingo, 13 de enero de 2013

Yesterday





Això d'escriure estirat, de costat, pausat i en acabar el dia no sé si acaba de ser un fórmula coherent però si sé que serà la meva fórmula, per tant, la sinceritat agafa les tecles del meu parer.

En un dia de no estudi, hem tingut, així de forma plural, la feina d'intentar sumar en resultats. Sempre és més cruel perdre en una pròrroga, però és proporcional a la gratitud que reporta guanyar un partit en el temps extra. Gratitud es veure jugar a algunes jugadores que tenen dubtes. Sí, és gratificant, ja que tot i l'ampli marge de millora, segueixen rendint amb les seves possibilitats latents a pista.

Les possibilitats de lluitar dia a dia, de conquistar amb la naturalitat que provoca l'acció i la motivació de lluitar per algú; també és una victòria. Però no és difícil començar, mantenir-se i/o divertir-se en el trajecte és una forma de guanyar. Ella no és un premi que es guanyi o es perdi, simplement la pista es que "s'ha de conquistar poc a poc" i "poc a poc" és un flux temporal paulatí, no necessàriament costós, sinó treballat. Com arribar a una pròrroga i voler xutar el penal per tenir opcions al premi: encertar per guanyar. Ah, no recordava que a vegades hi ha porter, i que també juga.

I paulatinament arribo a la fi, com si estigués a l'illa de Fuerteventura, estirat amb el meu banyador en una platja de sorra blanca i fina, on el color torrat de pell et fa irresistible, on la imaginació va a càrrec de la grandesa personal i de la distància kilomètrica d'aquell moment. L'edat no és una distància, és una actitud, i ho era abans i ho seguirà sent... encara que les formes o les fórmules canviïn.

I esquematitzant la vida, plego, que en breu hi ha exam d'una assignatura on el peix es bullit però que té bon sabor. Matèria de primera qualitat, amb fórmules, conjuntes o separades, però agust per gaudir, com el compromís.

Ah! i qui vulgui posar-hi noms i cognoms, que no s'amoïni, és impossible encertar; només cal tenir la il·lusió dels inicis, la de fa ja alguns anys, només així sabràs que ets tu... però no t'emocionis, ja no sóc dòcil.

LA

miércoles, 2 de enero de 2013

Miente




Desde niños nos lo inyectan con la misma contundencia del “no seas malo o nadie te querrá” o el “no digas todo lo que piensas en el mismo lugar y momento en el que lo pienses”; sí, mentir está mal. Y es posible que esas “accepted customs of conduct and right living”, unidas a las salpicaduras de nuestra ética inconscientemente colectiva, no desaparezcan nunca, sino que se vayan adelgazado y sofisticando a lo largo de los años hasta dejarnos un vestigio más o menos potente del octavo mandamiento (no levantarás falsos testimonios ni mentirás).


Los angloparlantes les ponen color, las llaman “white lies”, cuando son pequeñas, diminutas, casi transparentes. Pero, como diría Shakespeare, lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación!. Una mentira es una mentira, aunque la vistas con un adjetivo embellecedor o un eufemismo.


Dicen que mentir es el resultado de un juicio a uno mismo acompañado de un cierto malestar sobre el veredicto. ¿Alguien conoce a alguien que no mienta nunca? Casi todos nos enganchamos a las ‘mentira blandas’. Las contamos para salir más o menos bien parados de una situación que nos pone en un aprieto (o que desvela la otra cara de nuestra luna) y siempre dejan un ligero malestar o mal rollo.


Luego están las mal llamadas ‘mentiras solidarias’, esas que se cuentan en parte por cobardía y en parte para proteger a alguien de un dolor o preocupación innecesaria. Pero todo lo que cruza ese límite… maL!


Revisando apuntes de cuando estudié la asignatura de Sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona, recuerdo que la profesora decía que la mentira dura un instante, no tiene consecuencias y es indolora. Lo cual me lleva a plantearme:

¿Ser honesto al 100% en una situación “no polémica” es siempre la opción más sabia? ¿Por qué obligarse a decir o hacer algo que no se desea si la mentira es tan light que te aporta mas beneficios que la verdad y el otro no sale perjudicado en ningún aspecto?






la#11