viernes, 2 de marzo de 2012

Volver

 
No hay mayor ejercicio de imprudencia que regresar a aquellos lugares donde una vez fuimos felices. Porque, a estas alturas, aprendimos que la nostalgia está mejor envuelta en celofán que conjurando a los demonios del tiempo y la distancia. Pero una vez allí, y si el cielo negro que compartimos estos últimos días con nocturnidad, no se desploma sobre nuestras (ya no tan pobladas) cabezas, y si la tierra no se desgaja bajo nuestros pies, cualquier sensación es capaz de llevarte media vida atrás aventando el polvo acumulado con los años. Y se produce el milagro. Nada es igual, pero nada es diferente: los olores, los colores, las cosas, ellas... 

"Estás como siempre", aunque sabes que no. Tú lo rescatas como lo congelaste en la memoria (alternación), porque quizá la realidad no sea tal cual es, sino como la recordamos, y ni siquiera la evidencia nos puede convencer de lo contrario. Pobres idiotas. O pobres de nostros si un picotazo de acercamiento y de ternura no es capaz de arrebatarnos una lágrimo de gozo y un instante (¡muchos!) de reconciliación con el pasado. Son nuestras huellas y, en definitiva, seguiremos caminando por delante de ellas, seguiremos puliendo cristal de Bohemia...


la#11

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